Por Alfredo Varona -
El mito existe en el maratón. Y es un mito muy bonito. A veces, uno hasta se encuentra con una pistola en el pecho. Pero eso es lo que nos recuerda la grandeza de este desafío
El
 entrenador Juan del Campo siempre recuerda a ese amigo suyo que no bajó
 de las 3 horas “por pararse a dar un beso a la novia en el último 
kilómetro”. Pero no es ninguna novedad. En todos los maratones del mundo
 las tres horas siempre se cobran algún disgusto. Fortalecen un mito que
 merece la pena. Una literatura impaciente que tiene algo de verdad y de
 obsesión. Por eso a veces es tan difícil encontrar el término medio. La
 gente te puede contar cómo lo consiguió pero no cómo lo vas a conseguir
 tú. Hay quienes derriban rápido las tres horas y hay quienes necesitarían una vida más para lograrlo. Por eso es una propuesta interesante y realista que, fríamente, exige un ritmo de 4’15” durante 42,195 kilómetros
 lo que, sin embargo, no consigue equivocarnos: correr un kilómetro a 
4’15” es fácil pero correr durante 42 a 4’15” ya no es tan fácil. Un 
pulso a veces asombroso con uno mismo en el que yo siempre me acordaba 
de aquella frase que leí a Arturo Pérez Reverte en ‘El asedio’ y que hoy
 me parece suficiente: “A todos nos motivan los juegos. Los desafíos”. 
 A
 veces, la virtud también está en la decepción. Hasta te permite 
explicar que los mejores son los que no se cansan de intentarlo como 
aquel empleado de El Corte Inglés que en su primera vez se quedó a 20 
segundos de lograrlo y nunca más volvió a acercarse. Todavía hoy, ya 
jubilado de los maratones, lo sigue contando, sin encontrar explicación fiel a esa estafa del destino. Pero así son las tres horas.
 Nos demuestran hasta qué punto son importantes las cosas que no valen 
dinero. No hay más que recordar el año en el que lo logró un banquero tan
 prestigioso como Raúl Baltar. Al día siguiente ya lo sabía todo el 
mundo. Había colocado la fotografía de la hazaña en la portada de su 
perfil de Twitter. Pero eso es lo que diferencia a las tres horas. Si 
fuese fácil no lo hubiese hecho. Es más, si fuese fácil, tendríamos un 
problema: el maratón perdería a uno de sus encantos. Sería como volver a
 ver ‘Casablanca’ y no encontrar a el Café de Ricks por parte alguna: 
imposible. Parece mentira la diferencia que hay entre un segundo, de 2:59’59” a 3:00’00”
Las
 tres horas representan un ejercicio de orgullo. Un desafío de calidad. 
Un océano bello pero peligroso en el que en el momento más inesperado 
uno se puede encontrar con una pistola en el pecho. Pero entonces
 volvemos a recordar que esa es parte de su psicología y de su 
maravillosa oferta. De lo contrario, nos tendríamos que ir con la música
 a otra parte. No hablaríamos con este interés de las tres horas. No 
sería necesario explicar que hay pocos ciudadanos para los que este objetivo resulte fácil.
 No valdría la pena siquiera acordarse de un atleta de la categoría de 
Colomán Trabado. Aquel hombre que en la década los ochenta fue más de 
veinte veces campeón de España de
 800 metros y que, en el primer maratón que intentó en Calviá, se dio 
cuenta de que las tres horas son palabras mayores. Pasó la media en 1 
hora y 10 minutos y ni siquiera eso fue una garantía en la segunda 
parte. De ahí salió con la idea de que para lograrlo no es suficiente 
con mostrar el currículum. “Hay que prepararse física y psíquicamente de forma muy concienzuda”. 
Las tres horas retratan la esencia del maratón, de sus días y de sus noches.
Así
 que yo, siempre que lo dudaba, me acordaba de él como podría acordarme 
ahora de los años que le costó a Luis Enrique, el antiguo entrenador del
 Barcelona, con esas piernas suyas que parecen hechas para correr. 
Entonces uno entiende con más velocidad si cabe que el mito de las tres 
horas es necesario y casi imprescindible. A costa suya, se podrían escribir vida y milagros del maratón y en el camino siempre encontraremos historias más exageradas que la nuestra.
 Lágrimas de rabia o de emoción debajo de la pancarta de meta que le 
recuerdan a uno que, entre todas las emociones que conocemos, esta es 
una de las más vulnerables que existen. Incluso, hasta parece mentira la diferencia que hay entre un segundo, de 2:59’59” a 3:00’00” lo que nos vuelve a recordar que la literatura lleva razón: un segundo no siempre es una anécdota. Es más, en un segundo pueden ocurrir miles de cosas.
 Quizá
 por eso uno es tan prudente al escribir de las tres horas. Me gusta 
respetarlas y ni se me ocurre pensar que esto forme parte de una campaña
 de publicidad. Al contrario. Las tres horas retratan la esencia del 
maratón, de sus días y de sus noches. Por eso reconozco que, en su 
momento, yo mismo podía emocionarme pensando en ellas. Sobre todo, la 
primera vez. Todavía hoy me acuerdo de la letra de esa canción de Fito 
Páez: “Nunca nada se repite como la primera vez”. Tampoco me importaría 
que ahora me diesen las doce de la noche escribiendo de las tres horas. 
Pero entonces siento que sería inútil porque nunca  llegaríamos
 a la conclusión perfecta como me explicó el doctor Hernán Silván 
aquella vez en la que le pregunté si el hecho de realizar 1 hora 21 
minutos en media te inmunizaba frente a las tres horas. “No”, rebatió. “A
 partir del kilómetro 35, la fisiología humana cambia radicalmente  Por 
eso un error extrapolar las marcas de 10 y de 21 kilómetros al maratón. 
No tiene relación“.
 Desde
 entonces, entiendo que no hay ninguna regla obvia. He conocido 
entrenadores que, antes de hablar de cifras, te hacen una pregunta de 
cara a una prueba tan larga: “¿Es tu forma de correr lo suficientemente 
económica?” Pero, precisamente, esa pregunta forma parte de la batalla, 
de nuestro propio examen de conciencia frente a la incertidumbre en la 
que Rodrigo Gavela, como entrenador, nunca se cansaba de pedir 
paciencia: “Al final”, decía, “siempre se encuentra el camino”.
 Y entonces defendía que no tiene por qué ser en seis meses. También 
puede ser en seis años. “Si un plan de entrenamiento es bueno, será más 
duro cada año”. Mientras tanto, no pasa nada por hacer las cosas sin 
prisa.  Los kilómetros no siempre llevan razón. Ni siquiera los 
que superan los 100 a la semana para reducir las distancias, “porque el 
hecho de entrenar más no significa que entrenes mejor”. Es más, por lo 
que yo recuerdo, Gavela siempre te devolvía esa pregunta: “Lo primero 
que yo le preguntaría a un atleta que llegue a los 100 kilómetros para 
cumplir el objetivo de las tres horas sería: ‘¿eres capaz de 
aguantarlos?’ Si me dice que sí, le contestaría ‘vale, bien, hazlos, 
pero a mí personalmente me parecen demasiados para un atleta 
aficionado'”. Pero en un mundo tan grande tiene que haber de 
todo. Hasta los que se les ocurre dar un beso a la novia en el último 
kilómetro como nos contaba Juan del Campo.


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