Una carrera trágica echó al cross de los
Juegos Olímpicos.
Ángel Cruz
¿cross en los juegos olímpicos y en pleno verano? Puede parecer un
cuento chino según nuestra mentalidad actual, pero sí, el campo a través fue olímpico hace muchos, muchos años, en tres
ediciones consecutivas. Y casi produce una de las peores tragedias en la
historia de los Juegos, la conocida como el “Infierno de Colombes”.
Se disputó por primera vez como prueba
olímpica en Estocolmo 1912 sobre 12.000metros, con 46 corredores de diez
países. Un 15 de julio. Venció Johan “Hannes” Kolehmainen, uno de los famosos “finlandeses voladores”,
que también lo fue de 5.000 y 10.000 metros en pista. Por equipos, Suecia
consiguió batir a los atletas del país de los mil lagos.
La segunda presencia fue en Amberes 1920,
donde el movimiento olímpico echó de nuevo a andar tras el parón de 1916 a
causa de la Primera Guerra Mundial. Se compitió sobre 8.000 metros y lo
hicieron 47 atletas de once países, un 23 de agosto. Triunfó el mítico Paavo Nurmi, un
finlandés depredador que condujo a su país a la victoria por equipos.
Hasta esos momentos todo era normal. Pero
llegó París 1924 (los de la película Carros de Fuego) y
la tragedia. Se iba a correr sobre 10.650 metros y aquel sábado 12 de julio
había caído sobre la capital francesa poco menos que fuego del cielo, con una
ola de calor desconocida. La salida era a las 14:30, cuando los termómetros marcaban ¡45 grados!
Se habían inscrito 55 atletas,
pero 17 decidieron renunciar. Quizá algunos los tacharon de
cobardes, pero no lo eran. Eran, simplemente, prudentes. El circuito lo había
diseñado alguien que no estaba en sus cabales e iba a discurrir por caminos
vecinales, zonas industriales, terrenos pedregosos, vertederos de basura que
despedían un hedor inmundo, una fábrica que despedía humaredas casi tóxicas…
Hasta había que saltar alguna tapia. Lo dicho, diseñado por un loco.
Salieron finalmente 38 atletas de diez países. España competía con seis, el
máximo autorizado.
Al principio las cosas iban más o menos bien,
pero poco a poco sucedió lo que tenía que pasar. Algunos corredores cayeron
desplomados en los senderos, víctimas de golpes de calor y deshidratación, con
los ojos desviados, otros se retiraban porque no podían ni mover las piernas…
Las 10.000 personas que habían acudido ese día al estadio de Colombes para
seguir las pruebas en pista eran ajenas a lo que se mascaba. Y lo siguieron
siendo cuando llegó a la meta Paavo Nurmi,
imperturbable como siempre, con su cara hierática, sin dar muestras de
cansancio alguno. Y en un tiempo de 32:54:8, formidable para la época y para
las condiciones reinantes.
Pero poco después comenzó el drama. Los
corredores iban cayendo extenuados al llegar a la pista, por cierto, de 500
metros de cuerda. Uno tras otro. Algunos conseguían avanzar penosamente hasta
la meta, otros corrían en dirección contraria, desnortados. El español José
Andía entró en Colombes en quinta posición, pero tuvo que agarrarse a un palo
de señalización para evitar la primera caída. No pudo llegar a la meta,
extenuado. Sí lo hicieron dos españoles, Fabián Velasco y Miguel Peña,
que fueron el decimotercero y el decimocuarto. Los otros cuatro se quedaron por
el camino. De los 38 corredores que tomaron la salida, sólo quince llegaron a
la meta, algunos en condiciones lamentables.
La Cruz Roja y miembros del COI buscaron
durante horas por los caminos a corredores desaparecidos en el fragor de la
tórrida batalla. La figura de Nurmi, impasible a todo, se engrandeció: dos días
antes había ganado el 1.500 y el 5.000 en la misma sesión y al día siguiente
iba a vencer en la carrera de 3.000 metros por equipos, mientras todavía había atletas
hospitalizados.
Y ahí se terminó la historia del cross
olímpico. Fue eliminado del programa y nunca más volvió a
celebrarse.
RUNNER’S.ES
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